jueves, 27 de mayo de 2010

The National: una pequeña joya



Si tuviera que elegir una sola palabra para descrbir a este grupo de Brooklyn, no lo dudaría: elegancia. No hay duda: son elegantes. No sólo su música. También las letras. Y esa voz, que consigue ponerme los pelos de punta. Hay también algo de oscuridad. En los temas, en el sonido, en ellos mismos. Siempre de negro. Elegancia.


Llevo varias semanas escuchando su album Alligator, sin parar. Crea adicción. The National es una de esas bandas a las que necesitas escuchar casi obsesivamente para disfrutarlas de veras. Creo que ya estoy preparada para pasar al siguiente disco. Lo destrozaré y pasaré al siguiente. No puedo pensar en un plan mejor.


Por eso me arrepiento de haberlos visto en el Royal Albert Hall, en Londres, hace tres semanas sin haberlos escuchado lo suficiente. Si pudiese pedir hoy un deseo lo tendría claro: mismo lugar, misma compañía, pero con un poco menos de desconocimiento. Si lo disfruté entonces y si lo disfruto ahora en mi salón, puedo imaginar cómo iba a vivirlo si los volviese a ver en uno de esos palcos del Royal Albert Hall.


How can anybody know

How they got to be this way

You must have known I'd do this someday


Break my arms around the one I love

And be forgiven by the time my lover comes

Break my arms around my love

Break my arms around the one I love

And be forgiven by the time my lover comes

Break my arms around my love




viernes, 14 de mayo de 2010

Los Coronas


Ayer por la noche crucé el desierto de Mojave. Fui dejando kilómetros atrás hasta atravesar la frontera de Méjico. Mi coche iba dejando una nube de polvo que rompía la quietud de un paraje totalmente abandonado. Durante varias horas no me crucé con ningún otro ser vivo. Yo sola en mi coche, atravesando un desierto infinito. Y una banda sonora: Los Coronas.


Así me sentí ayer en el concierto de este cuarteto de surf instrumental que con su último disco, El baile final de los locos y los cuerdos, ha conseguido fusionar este estilo con ciertos toques de pasodoble y rumba, dándole un sabor único, con un aire cinematográfico propio de los speguetti western y del cine negro. Toda una joya.


Los Coronas subieron ayer al escenario a pasárselo bien. Disfrutan. Bromean. Hacen disfrutar. Cuentan batallitas, pero sobre todo, tocan. Y muy bien. Consiguen hacerte olvidar que estás en Madrid. Sientes, de repente, la arena de playas californianas, el olor a desierto y frontera, cargado de aires sureños. Los vientos, a cargo del trompetista ucraniano, Yevhen Riechkalov, te trasladan a otro mundo.



Los Coronas triunfan. Hace poco más de un año una llamada de teléfono cambió sus vidas: “Hola, soy el mánager de Steve Van Zandt y me gustaría invitaros a la zona VIP del concierto de esta noche en el Santiago Bernabéu. Steve es fan vuestro y quiere conoceros”. Steve Van Zandt, no es otro que el guitarrista de Bruce Springsteen durante los últimos 30 años y la encarnación de Silvio en la serie televisiva Los Soprano.


En una entrevista al grupo publicada hace un año en El País, Los Coronas contaban que, tras recibir LA LLAMADA, “llegamos al estadio y nos hicieron pasar a un bar privado. Allí estábamos nosotros, rodeados de un puñado de chicas bronceadas que no sabíamos muy bien a qué se dedicaban. Entonces aparecieron dos cochazos. De uno se bajó Bruce Springsteen y del otro Steve, que se dirigió hacia nosotros acompañado de dos de sus managers, uno blanco y otro negro. Y nos dijo: ‘¿Sois Los Corounas? Me encanta la música que hacéis y quiero editar vuestros discos en mi sello”.


Y así, sin más, dieron el salto a EE.UU. Y de qué manera.


Ayer el público les aclamaba. Es imposible no disfrutar en sus conciertos. Siempre te dejan con ganas de más.




miércoles, 12 de mayo de 2010

Ciudad de vida y muerte - Lu Chan


China, diciembre de 1937. El país está en guerra con Japón. Beijing y Shanghai ya han caído. Las tropas japoneses llegan a las puertas de Nanking, la capital. Después de semanas de bombardeos los oficiales locales y extranjeros han huido de la ciudad en ruinas. Es en ese momento cuando comienza la verdadera guerra.

He visto infinitas películas que retratan los horrores de la guerra. Películas de sangre, odio, horror y muerte. Pero creo que nunca ninguna película había conseguido retratar de una manera tan real el miedo. El miedo y la pérdida de toda confianza en la condición humana. La pérdida de toda confianza en la misericordia.

Los soldados japoneses, después de meses de batalla se han convertido en depredadores. No hay compasión que exista. Ni por los soldados, ni por los civiles, ni por los voluntarios extranjeros. Y mucho menos por las mujeres.

La ciudad de Nanking, amurallada, se convierte en un infierno donde las vejaciones, humillaciones y violaciones de cualquier tipo se establecen como comportamientos normales. Y en este escenario, la población china, hacinada en un campo de refugiados, trata de descubrir cuál es la forma de sobrevivir. Conforme van pasando los días y las semanas, cuando los humanos van poco a poco dejando de serlo, los supervivientes comienzan a darse cuenta de que en un lugar así, la muerte es mucho más fácil que la vida.

A lo largo de las dos horas que dura la película no pude despegarme de un escalofrío que recorría mi cuerpo, de los pies a la cabeza. Sin descanso. Ésta es una de las razones por las que me apasiona el cine. Ese escalofrío. Ese salir de la sala con el corazón en un puño.