domingo, 30 de enero de 2011

Pequeñas conquistas vitales


Hoy he visto en La Casa Encendida la exposición de los proyectos premiados en Generación 2011, un programa con el que se pretende descubrir e impulsar el trabajo de artistas emergentes. Lo que más me ha llamado la atención ha sido la instalación de Pablo Serret de Ena: cinco banderas y cinco vídeos que relatan pequeñas conquistas vitales de cinco personas diferentes.


Aprender a decir no, enfrentarse a las injusticias o vencer la timidez. Situaciones cotidianas, con las que toda persona se puede sentir identificada. Yo lo he hecho. Por eso me ha gustado tanto.

Las Cumbres es el título del trabajo. Llegar a la cumbre representa el triunfo. Llegar a la cumbre implica esfuerzo, trabajo, superación. Llegar a lo más alto.


Una de las obras narraba la historia de una persona que no sabía decir que no. Un día tenía un no tan grande dentro de ella, que explotó. Y salpicó a todos de la peor manera. Fue una gran tragedia, así que tomó una determinación: no se cortaría el pelo hasta que aprendiese a decir que no, dejaría crecer su pelo hasta que el no le saliese de manera natural, con fuerza, sin sentimiento de culpa.


Para mí, las pequeñas conquistas vitales son los triunfos más grandes. No había caído en todas las que he conseguido en 2010 hasta que he visto hoy Las Cumbres. Me he dado cuenta, además, que el año pasado fui a la peluquería mucho más de lo que acostumbro. Casualidades.

domingo, 23 de enero de 2011

La noche de los tiempos


Ignacio Abel, arquitecto de éxito, socialista, introvertido. Lleva una vida sin sobresaltos en el Madrid de los últimos días de la Segunda República Española. Es el responsable de llevar a cabo las obras de la Ciudad Universitaria, tiene una casa en el barrio de Salamanca, su matrimonio con Adela es aburrido, pero no le plantea problemas. Tienen dos hijos a los que adora.

Menos de un año después, Ignacio Abel llega a la estación de Pennsylvania, después de una larga huida, que le ha llevado a dejar España, a cruzar Francia, a coger un barco hasta Nueva York. Su traje, sus zapatos y su maleta, que en Madrid daban muestra de cuál era su posición social, tras ese largo viaje, no son más que una evidencia más de en lo que se ha convertido: en un exiliado más.

En este viaje, Ignacio revivirá todos los acontecimientos que han ocurrido en esos meses: cómo se vino abajo el Gobierno de la Segunda República, y de la misma manera, como si fuese consecuencia de esa hecatombe, cómo su vida tranquila desapareció, también de repente, tras conocer a Judith Biely.


Así, Ignacio relata su historia de amor con la joven americana Judith, que le enseñó un mundo desconocido para él, de bares nocturnos, copas y tabaco, de emoción y sexo. Judith le devolvió a la vida, porque Ignacio estaba muerto hasta que ella llegó. Muerto de aburrimiento, encerrado en una vida sin sabores. En una existencia plana.

La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina, relata dos historias paralelas: la de la resistencia de Madrid y la de Ignacio Abel. Otra historia más sobre la Guerra Civil y otra historia de amor más, pero que a mí me ha enganchado de principio a fin. La descripción de los lugares de Madrid es tan precisa, que he pasado semanas reviviendo los episodios del libro cuando iba caminando por la Gran Vía, cuando pasaba por la puerta del Hotel Palace, cuando atravesaba la plaza de Santa Ana.

Me gusta cómo está narrada la evolución de Ignacio Abel, hijo de un obrero miserable, que consigue labrarse una carrera importante y que, gracias a su matrimonio con Adela, logra ocupar una posición social que no le corresponde por su procedencia. Me gusta cómo se presenta a este personaje, un desclasado, un rojo para la familia de su mujer; un burgués para los obreros que se quedaron en el lugar de donde él procede.

No lo puedo remediar, me gustan las historias de la Guerra Civil.

domingo, 16 de enero de 2011

Tánger


Tánger es una ciudad que no puede dejar indiferente a nadie. Su ubicación estratégica ha marcado su historia. Ciudad dominada por portugueses primero, británicos después, por grandes potencias europeas más tarde y por España entre 1940 y 1945, Tánger guarda un poco de todas estas culturas y civilizaciones. Durante años, atrajo a artistas, vividores y bebedores, a espías y a millonarios excéntricos. Todos dejaron su impronta allí.

Por momentos imaginas que estás en Europa, pero giras una esquina y al atravesar las murallas recuerdas que estás en Marruecos. Los olores característicos de cualquier medina: olor a comida, a especias, a humedad y un poco a suciedad. De repente, un teatro art déco en ruinas: Gran teatro Cervantes, 1913; cine Alcázar; Instituto español Severo Ochoa...



Toda la ciudad respira un aire de nostalgia. Se percibe que allí pasó algo, hubo algo grande, pero que ya no está. Grandes edificios majestuosos en ruinas, hoteles decadentes, cafés muy europeos pero ya desfasados, rancios. Cines cerrados.

Tánger es Marruecos, pero tiene algo de europeo que no encuentras en el resto de ciudades del país. En sus cafés tampoco hay mujeres, pero el ambiente en las calles es distinto. Me recuerda a una ciudad de Europa estancada en el pasado.


Esta ciudad tiene algo, que no sé muy bien cómo explicar, pero que atrae, engancha, seduce. Tánger no puede dejar a nadie indiferente.