domingo, 14 de noviembre de 2010

Equilibrio


Esta foto de John Gutmann me impresiona mucho. Una joven asiática está en la cuerda floja, está tratando de mantener el equilibrio en un alambre cochambroso, atado de cualquier manera a unos palos, en equilibrio también. El público, soldados americanos, observan con interés ese exótico espectáculo. Pero parte de los asistentes ha dejado, por momentos, de seguir a las hazañas de la joven asiática para posar en una fotografía que puede que pase a ser un documento valioso de la historia de su país.

Durante la Segunda Guerra Mundial John Gutmann se alistó como fotógrafo en las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. En aquellos años, viajó por China, Birmania y la India, para realizar películas de propaganda y reportajes fotográficos. Ésta fotografía fue tomada durante esa época.

La exposición de John Gutmann en Fundación Mapfre es impresionante. Es un retrato de Estados Unidos desde los años 30 hasta los años 70, visto por los ojos de un europeo (Gutmann era alemán). Por eso creo que me gustó tanto. Porque a Gutmann le llamaba la atención todo aquello que a mí misma me sorprende de este país. Y la exposición es una muestra de lo que más sorprende, desconcierta y atrae de los Estados Unidos.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Domingo



Recuerdo los domingos de mi infancia como días en los que no ocurría nada. Un mero día de paso, una cuenta atrás para llegar al lunes, y a las obligaciones y a los madrugones. Los domingos no existían porque no tenían entidad propia. De mi dormitorio, al salón. A la cocina donde mi madre preparaba la comida para la semana. De los deberes al salón donde mi padre leía o veía el resumen de la jornada de fútbol. Todo estaba cerrado, las calles estaban desiertas. Nada que hacer.

Con los años he empezado a disfrutar de este día. Levantarme tarde, leer el periódico, comer fuera de casa, ir al cine. Me encanta disfrutar del descanso de este día, en el que parece que el tiempo pasa más lentamente. Pero, al llegar la tarde, vuelve esa sensación de entonces, de cuenta atrás. De planificación de una serie de obligaciones que no quiero que lleguen, pero que inevitablemente van a llegar.

Este cuadro de Hopper, que forma parte de la exposición Made in USA Arte americano de la Phillips Collection y que se puede ver en Fundación Mapfre, me devuelve a aquella época en la que los domingos me hacían estar intranquila. La ciudad está cerrada, aunque sea de día. Y ese señor allí sentado en la acera me desconcierta. Es como un fantasma. Tiene los brazos cruzados y fuma un puro, con la mirada perdida. Los personajes de los cuadros de Edwar Hopper son así: almas solitarias en escenarios inhóspitos que representan decadencia. Lugares que fueron algo y que se han quedado en nada. Una calle siempre transitada, pero completamente vacía en domingo. Una habitación de hotel donde se vivieron momentos felices, pero que ahora sólo transmite vacío y soledad. Un vagón de tren en el que una mujer mira el paisaje, con la mirada perdida, pensado en todo lo que está dejando atrás.

Creo que debo reconciliarme con los domingos.

viernes, 15 de octubre de 2010

Fortaleza


Para mí, una de las mejores sensaciones que existen es la fortaleza. Cuando sientes que puedes con todo lo que te venga. Con todo lo malo. Es una pena que no exista un interruptor dentro de las personas que se pueda activar cuando flaqueamos. O un chupito que te haga volver a ser la persona fuerte que en ocasiones todos somos. Odio la falta de control sobre esto. Por eso, cuando el otro día ví Los cuatrocientos glopes, de François Truffaut, admiré profundamente al protagonista, el pequeño Antoine Doinel, que por su edad, no sabe todavía nada de la vida, pero que es capaz de enfrentarse a todas las dificultades que se le presentan.

Sus padres no le quieren mucho. Su profesor le detesta. Todo son problemas. Un niño, que a su edad debería estar disfrutando de ser niño, tiene que luchar por sobrevivir en cada momento. Miento porque aunque diga la verdad, nadie me va a creer, le cuenta Antoine a la psicóloga del centro de menores al que le llevan sus padres. Papás, me he escapado de casa porque siento que debo aprender a ser un hombre, les escribe a sus padres.


De lo que me alegro es de que al final, a pesar de todas las desgracias por las que debe pasar, después de todos los obstáculos que debe salvar, Antoine consigue alcanzar uno de sus sueños: ver el mar.

Tengo mucho que aprender de él.

lunes, 27 de septiembre de 2010

El Imperio


En el mundo se imprimen dos mapas del globo terrestre. Uno es el distribuido por The National Geographic (EEUU), y en él, en medio, en el lugar central, se ve el continente americano rodeado por dos océanos: el Atlántico y el Pacífico. La antigua Unión Soviética aparece cortada en dos y colocada discretamente en los extremos del mapa para que no asuste con su inmensidad a los niños americanos.

Es del todo diferente el mapa que imprime el Instituto Geográfico de Moscú. En él, en medio, en el lugar central, está situada la antigua Unión Soviética, que aparece tan enorme que nos aplasta con su grandeza, y América está cortada en dos y colocada discretamente en los dos extremos del mapa, para que el niño ruso no pensara para sí: "¡Santo cielo! ¡Qué grande es América".

El Imperio, Ryszard Kapuscinski

Me encanta este extracto de El Imperio, de Ryszard Kapunscinski. Creo que es una descripción perfecta de lo que fue la Guerra Fría. Del miedo que que las dos superpotencias se tenían entre sí.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Reencuentros


Ayer por la noche tuve una cena con mis antiguos compañeros de clase. Últimamente las redes sociales han permitido que estos reencuentros se conviertan en habituales y ayer me vi rodeada de personas a las que hacía al menos 15 años que no veía.

Después de los saludos efusivos iniciales y de las preguntas más que típicas (¿Qué tal? ¿Qué has hecho en todo este tiempo? ¿Qué estudiaste? ¿Trabajas? ¿En que ciudad vives ahora?...) viene el verdadero reto: ¿tendré capacidad para mantener viva una conversación con estos desconocidos?

Mis recuerdos de aquella época están bien grabados en mi cabeza, pero es curioso descubrir cómo, en muchas ocasiones, no tienen nada que ver con los del resto de personas con las que compartí esos momentos. “Tú eras mala”- me dijeron ayer. “¿Yo mala?” – respondí. Pero si yo no lo recuerdo. Sí que recuerdo que me veía obligada a comerme mi pescado y el pescado de la líder del grupo para que me admitiera en su pandilla. ¿Yo mala? ¿?

Las anécdotas no tienen fin. Y es gracioso porque entre tus recuerdos y los del resto, eres capaz de recuperar parte de algo que había desaparecido.

“- ¿Os acordáis cuando Pepa se puso aparato y el resto nos poníamos papel de plata porque queríamos tener uno igual?”

“- Ayer encontré una nota de 5º de EGB, que decía: por favor, Lorena, cómprate rotuladores que estoy harta de tener que dejarte los míos. Se gastan”.

Y lo más absurdo, pero lo que más gracia me hizo: todos nos acordábamos del nombre y de los dos apellidos de cada uno. ¿Por qué?

Nunca había salido con estas personas de copas. La última vez que hablé con muchos de ellos tenía 12 años y probablemente si me los encuentro mañana la cosa no dará mucho más de sí, pero me hizo gracia volver a ser la número 20 de la lista de clase, la que celebraba el cumple con Paula y la que me tenía que comer dos pescados rebozados repugnantes para poder jugar luego a la goma con el resto.

Ayer, después de mil copas quedamos en vernos de nuevo pronto. Yo digo que 15 años más…

lunes, 20 de septiembre de 2010

Abandono 4: Bodie


Hoy quiero mostrar aquí uno de los lugares qué más me han inspirado. Bodie es un pueblo perdido de California. Está realmente en medio de la nada, relativamente cerca del parque natural de Yosemite y no muy lejos de un pueblo llamado Bishop. En medio de la nada.

En 1859 alguien encontró oro en Bodie y dos años después se construyó la mina para sacarle el máximo provecho a tal hallazgo. De los 20 mineros que vivían en este lugar en un primer momento, Bodie alcanzó los 10.000 habitantes en 1880. La fiebre del oro.


Así, de repente, este pequeño pueblo creció exponencialmente, en todos los sentidos: había 65 salones donde los mineros jugaban y bebían tras sus largas jornadas de trabajo en la mina; los fumaderos de opio y los prostíbulos abundaban; y la violencia inundaba la ciudad. El periódico de la localidad llegó a publicar que "una persona moría cada día en Bodie".


Dos grandes incendios determinaron el principio del fin de este próspero pueblo minero. El oro empezó a escasear, muchos de sus habitantes buscaron otros lugares donde poder prosperar y, poco a poco, las tiendas, los salones, los hoteles, las prostitutas, los fumaderos de opio y hasta la oficina de correos fueron echando el cierre. En 1932 ya no quedaba nadie en Bodie.

Al caminar por sus calles se puede sentir que hace años, éste fue un lugar próspero. Si te acercas a los cristales de la escuela, de las casas o de los salones, puedes imaginar a la perfección la vida que llevaban sus habitantes. El tiempo se ha parado en Bodie. Sólo es necesario cerrar los ojos e imaginar...Cuántos de estos pueblos debe haber en el Oeste americano. Lugares que parecían inmortales y que de la noche a la mañana, desaparecieron. Como el oro.


Como en todos los lugares abandonados, tuve la sensación de que los habitantes de este pueblo habían abandonado sus casas y sus pertenencias de repente, sin previo aviso. Había maletas abiertas, platos puestos en la mesa, actividad interrumpida.

Lo que más me gusta de los sitios abandonados es montarme mi propia película. Bodie da para varias entregas. Escalofriante.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Éramos unos niños


Existen muchos tipos de relaciones: amistad, amor, simpatía, compañerismo…Y luego están las que no se pueden definir. Aquéllas que se escapan de todo convencionalismo, las que no siguen los patrones establecidos. Creo que Patti Smith y Robert Mapplethorpe inventaron un nuevo tipo de unión. Eran amantes, pareja, amigos, él la inspiración de ella; ella, la musa de él. Lo fueron todo el uno para el otro, pero sin excluir a otras personas que llegaron a sus respectivas vidas, de manera especial, para quedarse.

Se conocieron con 19 años en Nueva York. Llegaron allí para luchar por ser artistas, en el más amplio sentido de la palabra. No tenían ni para comer. Se conocieron y ya no se separaron hasta muchos años después.

Él quería triunfar con el arte. Ella, encontrar su vocación. Él era homosexual y no sabía muy bien qué hacer con ello. Ella lo sabía, pero no le importaba porque su unión iba mucho más allá. Juntos conocieron a todos los artistas que buscaban su lugar en el centro neurálgico del nuevo arte, por los años 70. Formaron parte de la fauna del Hotel Chelsea, donde residían los amigos de Andy Warhol y algunos los representantes la Generación Beat.

Éramos unos niños es un libro de memorias de toda una época. Contado por un testigo excepcional, Patti Smith, relata el camino que anduvieron ella y Robert, antes de de llegar a ser cantante ella, fotógrafo él.


He devorado el libro y he podido sentir lo que vivieron todas estas personas, antes de saber que llegarían a ser alguien en el mundo del arte.


“Un día de otoño inusitadamente cálido nos vestimos con nuestra ropa preferida, yo con mis sandalias beatnik y mis pañuelos deshilachados, y Robert con sus collares de cuentas y su chaleco de piel de carnero. Cogimos el metro hasta la calle Cuatro Oeste y pasamos la tarde en Washington Square. Compartimos café de un termo mientras observábamos la marea de turistas, porretas y cantantes folk. Revolucionarios exaltados distribuían pasquines antibélicos. Jugadores de ajedrez atraían a un público propio. Todo el mundo coexistía en aquella constante cacofonía de diatribas, bongos y ladridos de perro.


Nos dirigíamos a la fuente, epicentro de la actividad, cuando un matrimonio maduro se detuvo y nos observó sin ningún disimulo. A Robert le gustaba que se fijaran en él y me apretó cariñosamente la mano.


-Oh, sácales una foto –dijo la mujer a su desconcertado marido. Creo que son artistas. -Venga ya- respondió él, encogiéndose de hombros-. Sólo son unos niños”.