Recuerdo con especial cariño todos los libros de Roald Dahl que leí de niña. Recuerdo cómo disfrutaba en los mundos de Matilda, de Las Brujas, de Charlie y la fábrica de chocolate, de James y el melocotón gigante...Recuerdo cómo las ilustraciones de Quentin Blake se metían en mi cabeza y me hacían viajar por todos esos escenarios.
Y recuerdo también, cómo durante años llegué a pensar que todos los demás niños conocían la versión equivocada de los cuentos de siempre porque la única versión verdadera era la que Roald Dahl contaba en sus "Cuentos en verso para niños perversos". Aquéllos cuentos donde el príncipe de Cenicienta le cortaba la cabeza a una de las hermanastras, donde el espejito mágico de Blancanieves adivinaba los caballos ganadores de las carreras y hacía millonarios a los Siete Enanos, donde Caperucita mataba al lobo y se hacía un buen abrigo con sus pieles...
"¡Si ya nos la sabemos de memoria!
diréis. Y sin embargo de esta historia
tenéis una versión falsificada, rosada,
tonta, cursi, azucarada,
que alguien con la mollera un poco rancia
consideró mejor para la infancia...
El lío se organiza en el momento
en el que las Hermanastras de este cuento
se marchan a palacio y la pequeña
se queda en la bodega a partir leña.
Allí, entre los ratones llora y grita,
golpea la pared, se desgañita:
"¡Quiero salir de aquí! ¡Malditas brujas!
¡¡Os arrancaré el moño por granujas!!"
Y así hasta que por fin asoma el Hada
por el encierro en el que está su ahijada.
"¿Qué puedo hacer por ti Ceny querida?
¿Por qué gritas así? ¿Tan mala vida
te dan esas lechuzas?". "Frita estoy
porque ellas van al baile y yo no voy" (...)
1 comentario:
pues querida, creéme, cuando creces y lees más de Roald Dhal, los relatos para adultos son absolutamente fascinantes, te recomiendo Relatos de lo Inesperado.
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