domingo, 31 de enero de 2010

A mis padres...


Ellos son unas personas muy especiales. Les miro, desde lejos, y me entra una ternura y un amor que es difícil de explicar. Como ya dije el otro día, hay un momento en la vida en el que descubres que tus padres no lo saben todo. Es un momento difícil. Pero hay otro, que no sé si le pasará a todo el mundo, pero a mí me ocurre, en el que miras a tus padres y sientes un profundo respeto, una gran admiración y, sobre todo, agradecimiento. Agradecimiento porque gran parte de lo que soy, se lo debo a ellos. Sobre todo, mi parte buena. Agradecimiento porque gran parte de lo que sé, se lo debo a ellos. Han sido capaces de guiarnos sin imponernos. Nos explicaron los peligros que existían ahí afuera, pero nos dejaron equivocarnos. Nos han dejado aprender. Pero han estado allí, ofreciéndonos su hombro, cuando mi hermana y yo llorábamos. Y nunca nos dijeron: “te lo dije”.

Mientras paseábamos hoy por Madrid he estado pensando que me gustaría comer con ellos todos los domingos. Me gustaría quedar con mi padre para ir a alguna librería de viejo y que me recomendase grandes clásicos. Me gustaría ir con mi madre a ver todas las películas a las que mi padre no le quiere acompañar. Es curioso, con 18 años huí de casa porque quería crecer sola y ahora que lo estoy, daría lo que fuese por compartir algo más de tiempo con mi familia. Porque me caen muy bien. Porque cuando estoy triste quiero abrazarme a mi madre y que pasen las horas mientas ella me toca el pelo. Porque quiero dormirme tocándole el brazo como cuando era un bebé. Y quiero que mi padre me hable de Azaña y reírme con él hablando de “Los Soprano” o de “A dos metros bajo tierra”.

Julia me ha dicho una cosa muy cierta: sólo vivimos una vez y me cuesta tener que aceptar que no pueda ver a mis padres todos los días.

He pasado un fin de semana familiar: mis padres, mi perro. Faltaba Inés, pero no faltaba porque estaba con nosotros. Y ahora que se han marchado, me siento como si fuese una niña pequeña y me hubiese perdido en algún lugar lleno de gente.

Supongo que estaré más sensible de lo habitual. Pero, mamá, me apetece tanto quedarme dormida contigo en el sofá…
(Fotografía de la exposición "Maternidades", de Caixa Forum)

viernes, 29 de enero de 2010

Deseo de ser punk


Martina es una adolescente. Está en esa época de la vida en la que uno empieza a descubrir quién es. Esa etapa en la que todo se vive con más intensidad. En la que se van dando tumbos. Ensayo, error. Lucha. Rebelión. Primeros amores. Y desamores. En la adolescencia comienza la verdadera guerra con los padres. Es cuando se descubre que no lo saben todo y que no lo han vivido todo. Se cae un gran mito porque empiezas a descubrir que son humanos. Con sus limitaciones. Con sus sufrimientos. Es cuando empiezas a verles como personas. Y es difícil.

Martina va en busca de su música. Esa fuente de emociones incontrolables que hace que todo tenga sentido. Busca la música como si fuese su guía, el elemento que le indique el camino a seguir.

Deseo de ser punk, de Belén Gopegui, es un libro sin pretensiones. Sencillo. Pero es una descripción preciosa de la adolescencia. Es capaz de describir con palabras sentimientos que toda persona ha vivido durante esos años, pero que jamás hemos sido capaces de plasmar. He vivido el libro como una revelación. Me encanta leer algo que he sentido en algún momento de mi vida y que he olvidado por completo. Esto precisamente es lo que se puede encontrar en Deseo de ser punk. Nada más y nada menos.

Una de mis partes favoritas del libro:

“Y a lo mejor la adolescencia es aprender a tenerla. Seguramente las películas existan desde el principio para eso. O sea, qué más da si en la historia se hunde un submarino o alguien se enamora, quiero decir, si sólo se tratara de eso supongo que no veríamos tantas pelis. Lo que necesitamos es ver la cara, las manos, la mirada, la profundidad de la voz que ponen otros cuando les pasa algo…”.

Nunca había pensado en esto. Pero me parece totalmente cierto. Creo que parte de la magia de las películas está en la necesidad que tenemos las personas de ver cómo otros se enfrentan a situaciones y problemas que a todos nos pasan diariamente.
Y luego está la música. Que acompaña cada palabra del libro. Creo que al final, cuando lees este libro te preguntas irremediablemente: ¿y cuál es mi música?
¿Y por qué lucho yo? ¿Para qué? ¿Por quién?

Necesitaba un libro así. Que me hiciese recordar y volver a replantearme mis cosas y mi vida.

Al final, Martina parece que encuentra su música…

viernes, 22 de enero de 2010

Grand Archives: unos tipos simpáticos


Hay tantos grupos, tanta música, tantas canciones que emocionan, que es difícil abarcarlo todo. Por eso, cuando hace nada descubrí a este grupo y escuché su segundo disco, me dije: pero dónde se habían escondido, si me encantan y es el tipo de música que me gusta, ¿por qué no había llegado hasta ellos antes?.


Lo dicho: la música hoy por hoy es inabarcable. Y Grand Archives se han convertido en un pequeño tesoro para mí. Por sus pintas -camisas de cuadros, tatuajes, barbas- parece que van a ser unos rockeros en toda regla, pero no es del todo así. Su música es frágil, delicada, cuidada al mínimo detalle. Las melodías suenan por momentos a pop melancólico, pero de repente, te sorpreden con unas guitarras ensordecedoras. A lo Band of Horses -el cantante de Grand Archives, Matt Brooke, era uno de los componentes de la banda cuando publicaron ese primer gran álbum, Everything all the time-. Muchos dicen que Matt Brooke se llevó consigo la magia de su primer gupo y qu Band of Horses ya no son lo mismo sin él.


El concierto de ayer en Moby Dick fue especial. La mezcla perfecta entre tristeza y alegría, entre lentitud y fuerza. Y sonaba perfecto. La voz de Brooke es hipnótica y se notaba que estaban disfrutando. Un poco breve: una hora justa de concierto, pero una pequeña gran hora. Muy intensa.


Además, son de lo más simpático. Y ésta es una de mis canciones favoritas de su segundo álbum: Keep in mind Frankestein.



lunes, 4 de enero de 2010

Donde viven los monstruos


Acabo de salir del cine con la sensación de haber vuelto a los seis años. Donde viven los monstruos (Where the wild things are), la película de Spike Jonze basada en el libro infantil de Maurice Sendak, es una aventura maravillosa en la que la imaginación manda. Max, el niño protagonista inventa un mundo a su medida para refugiarse de la total incomprensión de su familia. Allí dará rienda suelta a sus instintos más salvajes, pero pronto echará de menos algunas de las cosas que le hicieron huir…


Creo que todos deberíamos volver a ser monstruos de vez en cuando.