domingo, 29 de noviembre de 2009

Querido inspector Wallander


El inspector de la policía de Ystad, Kurt Wallander, ese entrañable personaje del escritor sueco Henning Mankell, me tiene fascinada. Mucha gente me había recomendado esta saga de historias llenas de misterio, asesinatos, pistas falsas y frío. Me sumerjo en este mundo y puedo sentir el frío invierno sueco. Mankell consigue que me identifique con cada uno de sus personajes y, por supuesto, con Wallander. Esa persona solitaria, abandonado por su mujer, entregado a su trabajo. Cuando leo sin descanso cada uno de los libros, me entran ganas de tomar café a todas horas como él, me apetece resolver misteriosos asesinatos, pasarme las horas sin dormir tratando de despejar incógnitas, dobles sentidos.

Acabo de terminar “Los perros de Riga” y quiero viajar a la capital letona, en aquellos años en los que el país se hallaba en pleno proceso de democratización. Años grises, en los que todavía era difícil esquivar el dominio soviético.

Wallander debe resolver un doble asesinato, que le lleva a Riga y descubre un mundo totalmente distinto al que conocía: espionaje, corrupción, traiciones. El inspector se convierte en la única salvación para un grupo de oposición clandestina. Y descubrirá de nuevo el amor...

Ahora que ha llegado el invierno, no puedo pensar en algo mejor que sentarme en el sofá con una manta y seguir resolviendo crímenes.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Betty



He vuelto al mundo Mad Men y en esta segunda temporada las protagonistas indiscutibles, por lo menos hasta donde yo he visto, son las mujeres. Bueno, no las mujeres en sí, sino el papel que éstas jugaban en la sociedad de la época. “¿Por qué me siento infeliz si tengo todo lo que se suponía que debía lograr para serlo? Una casa maravillosa, un marido guapo que gana dinero, unos hijos rubios, un armario lleno de vestidos…”. “¿Por qué si en el trabajo soy una de ellos siempre me siento excluida?”. “¿Por qué debo resignarme a no tener hijos únicamente porque el capullo con el que me casé prefiere seguir siendo un adolescente toda su vida? ¿Por qué debo callarme y seguir sonriendo?”.

Diferentes mujeres, vidas totalmente distintas, pero un punto en común: ¿cuál es mi papel? ¿A qué puedo aspirar en esta vida? ¿Debería romper moldes y luchar por algo que no sé si me van a dejar conseguir?

Y de entre todas estas vidas, de entre todas estas mujeres me quedo con una: Betty Draper. Me encanta este personaje porque tiene una lucha interior impresionante. Ha conseguido todo en la vida, todo lo que le dijeron que debía conseguir para ser la persona más feliz del mundo. Y no entiende nada porque, a pesar de que lo tiene, es totalmente infeliz y se siente culpable por ello. Fuma y bebe constantemente para neutralizar esa amargura. Pero estoy convencida de que va a explotar en algún momento.




Ella, que es una belleza, siempre elegante, sonriente, no puede entender por qué su marido, Don Draper, a veces no la ve. Es invisible para él en muchas ocasiones. Nunca conseguirá llegar a formar parte de todos los ámbitos de su vida. Siempre estará excluida de algún escenario y sabe perfectamente, que en ese lugar, él estará con otra. Lo asume porque no tiene alternativa: en esa época si una mujer se divorciaba, estaba perdida. Sin dinero, sin trabajo y con dos hijos. Era lo peor que podía ocurrir. Los hombres lo sabían. Las mujeres también. Así que jugaban a ese juego impuesto por la sociedad, en el que ellas siempre salían perdiendo.

Todo ha cambiado hoy. Pero me asusto, de veras, cuando veo comportamientos de Betty Draper en todas las mujeres. Me incluyo.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Let's rock!


Ayer viví una noche increíble. Oscuridad, humo, tupés, flequillos. De repente, las cortinas rojas se abrieron y allí apareció ella, Imelda, con un vestido de leopardo, corte años 50, labios rojos, absolutamente auténtica. Y nos hizo bailar y cantar como locos, ella y su banda. Qué gran banda. Y qué voz. Y qué movimientos.
Lo mejor es que parecían divertirse y animaban a los presentes a cantar y a dar palmas. Sin duda, uno de los mejores conciertos del año.




sábado, 7 de noviembre de 2009

Espiar


Entrar en otras vidas me apasiona. Mirar a través de otros ojos, disfrutar de otros puntos de vista. Salir, ser otra, distraerme y volver a mí. Sí, he descubierto que me gusta leer biografías y relatos autobiográficos. Saber mucho de alguien, espiar. Y si de repente, me encuentro con una vida apasionante, como la de Amélie Nothomb, me doy cuenta de que no puedo más que reafirmarme: me encanta este nuevo hobby.

El mes pasado me metí en la vida de Amélie gracias a tres de sus libros: Biografía del hambre, Ni de Adán ni de Eva y Estupor y temblores. Los leí en este orden, tal y como pasaron los acontecimientos, pero no tal y como fueron escritos. La vida de Amélie es muy singular: hija de un diplomático belga, nació en Japón y pasó su infancia entre este país, China, Bangladesh y Nueva York. Los pensamientos de un niño teniendo en cuenta este escenario no tienen desperdicio. Biografía del hambre relata precisamente esto: las fantasías y percepciones de una niña casi superdotada, que cambia de escenario continuamente y que tiene el privilegio de conocer diferentes lugares del mundo, diferentes culturas y formas de vida, que le permiten construir un mundo único, a medida. Sus coqueteos con la anorexia durante su pubertad no son, ni lo más importante del relato, ni lo más interesante. Toda la historia está contada con un humor que, por momentos, me hizo reír a carcajadas.

Pasan los años y Amélie decide volver a Japón, su tierra natal, donde realmente piensa que pertenece. Ni de Adán ni de Eva y Estupor y temblores, relatan el mismo periodo de tiempo, pero son dos historias totalmente diferentes: el amor en Japón y el trabajo en Japón. Una mirada europea de este país. Un acercamiento a su cultura y sus costumbres, pero siempre desde la barrera. Existe una barrera invisible que no se puede traspasar.

Amélie abandonó Japón sintiéndose más belga que nunca y esto, según ella, era como no sentir nada, porque “ser belga es como no tener identidad”. Buscó la suya en Japón, pero nada quedaba de lo vivido en su infancia, cuando el sentirse japonesa era suficiente para serlo. Sus cerezos en flor ya no eran los cerezos que allí había. Ni su recuerdo se parecía a la realidad que tuvo que vivir. Así que volvió a Bélgica para escribir de su querido país. Ya no aguantaba más vivirlo.