Hoy quiero contar una historia. Es la historia de una mujer que siendo adolescente tuvo que abandonar su casa, su cuidad, Pamplona para marcharse a Zaragoza a ayudar en la pensión de su tío Marcelino. Su tía acababa de morir y debía echarle una mano a él y a sus primos Luis, Carmen y a la pequeña Pilarín. En Zaragoza hizo su vida, siempre al lado de su prima Carmen. Siempre inseparables. Una desgracia las unió todavía más. De por vida. Sus novios, con los que seguramente iban a casarse, murieron en la Guerra Civil. Aún recuerdo como, hace unos años, al preguntarle por él, no pudo contener el llanto. 60 años después, seguía echándole de menos.
Tras la guerra, las dos primas se prometieron no separarse jamás. Y juntas vivieron una vida inusual para dos mujeres en aquella época: vestían pantalones, fumaban con boquilla, iban al cine, al teatro. Años después, Luis, su primo, emigró a Suiza con su mujer en busca de un futuro mejor. Carmen y ella, con la generosidad y dedicación que siempre las caracterizó se prestaron a cuidar de los tres hijos de Luis y su mujer Carmen: Óscar, Olga y Mavi. No hace falta que diga que Luis y Carmen eran mis abuelos y que, como no podía ser de otra forma, mis tías abuelas, Carmen y ella, Mary, siempre fueron también mis abuelas.
Recuerdo las partidas de parchís en su casa, la bolsa de agua caliente en la cama, el hígado, el chocolate con churros, todo lo que nos han querido siempre. Todo lo que yo las querré siempre. Hace cinco años y sin avisar, mi tía Carmen nos dejó para siempre. Y con ella, se fueron también las ganas de vivir de mi tía Mary. Por eso hoy, aunque es un día especialmente triste, estoy feliz porque ella está feliz también. Descansando con su otra mitad, de la que nunca debería haberse separado.
Pienso que el hogar está allí donde se encuentran aquéllos a los que más quieres. Me alegro tía, de que, tal y como querías, estés de nuevo en casa. Dale un beso enorme a la tía Carmen y otro enorme para ti también. Os quiero. Para siempre.
Tras la guerra, las dos primas se prometieron no separarse jamás. Y juntas vivieron una vida inusual para dos mujeres en aquella época: vestían pantalones, fumaban con boquilla, iban al cine, al teatro. Años después, Luis, su primo, emigró a Suiza con su mujer en busca de un futuro mejor. Carmen y ella, con la generosidad y dedicación que siempre las caracterizó se prestaron a cuidar de los tres hijos de Luis y su mujer Carmen: Óscar, Olga y Mavi. No hace falta que diga que Luis y Carmen eran mis abuelos y que, como no podía ser de otra forma, mis tías abuelas, Carmen y ella, Mary, siempre fueron también mis abuelas.
Recuerdo las partidas de parchís en su casa, la bolsa de agua caliente en la cama, el hígado, el chocolate con churros, todo lo que nos han querido siempre. Todo lo que yo las querré siempre. Hace cinco años y sin avisar, mi tía Carmen nos dejó para siempre. Y con ella, se fueron también las ganas de vivir de mi tía Mary. Por eso hoy, aunque es un día especialmente triste, estoy feliz porque ella está feliz también. Descansando con su otra mitad, de la que nunca debería haberse separado.
Pienso que el hogar está allí donde se encuentran aquéllos a los que más quieres. Me alegro tía, de que, tal y como querías, estés de nuevo en casa. Dale un beso enorme a la tía Carmen y otro enorme para ti también. Os quiero. Para siempre.
2 comentarios:
precioso,
podrás leer esto? yo no podría me pondría a llorar seguro!
Un beso enorme, guapa
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