
Ellos son unas personas muy especiales. Les miro, desde lejos, y me entra una ternura y un amor que es difícil de explicar. Como ya dije el otro día, hay un momento en la vida en el que descubres que tus padres no lo saben todo. Es un momento difícil. Pero hay otro, que no sé si le pasará a todo el mundo, pero a mí me ocurre, en el que miras a tus padres y sientes un profundo respeto, una gran admiración y, sobre todo, agradecimiento. Agradecimiento porque gran parte de lo que soy, se lo debo a ellos. Sobre todo, mi parte buena. Agradecimiento porque gran parte de lo que sé, se lo debo a ellos. Han sido capaces de guiarnos sin imponernos. Nos explicaron los peligros que existían ahí afuera, pero nos dejaron equivocarnos. Nos han dejado aprender. Pero han estado allí, ofreciéndonos su hombro, cuando mi hermana y yo llorábamos. Y nunca nos dijeron: “te lo dije”.
Mientras paseábamos hoy por Madrid he estado pensando que me gustaría comer con ellos todos los domingos. Me gustaría quedar con mi padre para ir a alguna librería de viejo y que me recomendase grandes clásicos. Me gustaría ir con mi madre a ver todas las películas a las que mi padre no le quiere acompañar. Es curioso, con 18 años huí de casa porque quería crecer sola y ahora que lo estoy, daría lo que fuese por compartir algo más de tiempo con mi familia. Porque me caen muy bien. Porque cuando estoy triste quiero abrazarme a mi madre y que pasen las horas mientas ella me toca el pelo. Porque quiero dormirme tocándole el brazo como cuando era un bebé. Y quiero que mi padre me hable de Azaña y reírme con él hablando de “Los Soprano” o de “A dos metros bajo tierra”.
Julia me ha dicho una cosa muy cierta: sólo vivimos una vez y me cuesta tener que aceptar que no pueda ver a mis padres todos los días.
He pasado un fin de semana familiar: mis padres, mi perro. Faltaba Inés, pero no faltaba porque estaba con nosotros. Y ahora que se han marchado, me siento como si fuese una niña pequeña y me hubiese perdido en algún lugar lleno de gente.
Supongo que estaré más sensible de lo habitual. Pero, mamá, me apetece tanto quedarme dormida contigo en el sofá…
Mientras paseábamos hoy por Madrid he estado pensando que me gustaría comer con ellos todos los domingos. Me gustaría quedar con mi padre para ir a alguna librería de viejo y que me recomendase grandes clásicos. Me gustaría ir con mi madre a ver todas las películas a las que mi padre no le quiere acompañar. Es curioso, con 18 años huí de casa porque quería crecer sola y ahora que lo estoy, daría lo que fuese por compartir algo más de tiempo con mi familia. Porque me caen muy bien. Porque cuando estoy triste quiero abrazarme a mi madre y que pasen las horas mientas ella me toca el pelo. Porque quiero dormirme tocándole el brazo como cuando era un bebé. Y quiero que mi padre me hable de Azaña y reírme con él hablando de “Los Soprano” o de “A dos metros bajo tierra”.
Julia me ha dicho una cosa muy cierta: sólo vivimos una vez y me cuesta tener que aceptar que no pueda ver a mis padres todos los días.
He pasado un fin de semana familiar: mis padres, mi perro. Faltaba Inés, pero no faltaba porque estaba con nosotros. Y ahora que se han marchado, me siento como si fuese una niña pequeña y me hubiese perdido en algún lugar lleno de gente.
Supongo que estaré más sensible de lo habitual. Pero, mamá, me apetece tanto quedarme dormida contigo en el sofá…
(Fotografía de la exposición "Maternidades", de Caixa Forum)