Lo peor de París es tener que marcharte. Un fin de semana no da para mucho, pero me he esforzado al máximo. Después de tantos años sin visitar la ciudad y consciente de mis limitaciones temporales, mi objetivo era disfrutar de una gran amiga, que me enseñase su vida parisina y pasear por todos aquellos lugares a los que tantas veces he querido volver. Cielo gris y amenaza de lluvia. Acepto la lluvia en París. Lo acepto todo allí.
Cuánto echaba de menos esas conversaciones interminables. Me parece mentira que hayan pasado ocho años desde que dejamos de vernos todos los días. Desde que dejamos de compartirlo todo. Beber vino en botella a orillas del Sena, justo en la parte de la isla de Saint Louis, con vistas a Notre Dame. Hablando. Hablando. Riendo. Eso no tiene precio. Desayunar en una terraza en Le Marais, con las sillas mirando a los viandantes. Todo muy parisino. Hemos recorrido Montmartre, el barrio donde vivo en muchos de mis sueños, hemos subido al Sacre Coeur y bajado de nuevo. Hemos recorrido la ciudad en bici: la Ópera, la Plaza de la Concordia y el barrio latino. He buscado a Martín Romaña entre sus calles. Siguiendo alguna manifestación de sordomudos. Y a Marguerite Duras. Y a Cortázar.
Me he comido muchas crepes. De jamón, queso y huevo, como a mí me gustan. Hemos visitado a librería Shakespeare, donde sólo se venden libros en inglés. Y donde siempre he querido trabajar alguna vez. Hemos cenado fondue y hemos bebido “mohitos”, como los llaman allí. Me he quedado en la puerta del Louvre, del Pompidou, del Museo d’Orsay y del Museo Rodin. Así tengo una gran excusa para volver pronto.
Cuánto echaba de menos esas conversaciones interminables. Me parece mentira que hayan pasado ocho años desde que dejamos de vernos todos los días. Desde que dejamos de compartirlo todo. Beber vino en botella a orillas del Sena, justo en la parte de la isla de Saint Louis, con vistas a Notre Dame. Hablando. Hablando. Riendo. Eso no tiene precio. Desayunar en una terraza en Le Marais, con las sillas mirando a los viandantes. Todo muy parisino. Hemos recorrido Montmartre, el barrio donde vivo en muchos de mis sueños, hemos subido al Sacre Coeur y bajado de nuevo. Hemos recorrido la ciudad en bici: la Ópera, la Plaza de la Concordia y el barrio latino. He buscado a Martín Romaña entre sus calles. Siguiendo alguna manifestación de sordomudos. Y a Marguerite Duras. Y a Cortázar.
Me he comido muchas crepes. De jamón, queso y huevo, como a mí me gustan. Hemos visitado a librería Shakespeare, donde sólo se venden libros en inglés. Y donde siempre he querido trabajar alguna vez. Hemos cenado fondue y hemos bebido “mohitos”, como los llaman allí. Me he quedado en la puerta del Louvre, del Pompidou, del Museo d’Orsay y del Museo Rodin. Así tengo una gran excusa para volver pronto.
Es cierto que París no se acaba nunca. Y es bueno reencontrarte con grandes amigos. Y darte cuenta de que siguen siéndolo. Aunque pasen los años.
4 comentarios:
Helene Hanff,
qué intenso tu paso por la ciudad de la luz,y qué bien nos lo cuentas que parece que podemos verlo.Me encanta que menciones al personaje de Bryce Echenique,hace años leí "La vida exagerada de Martín Romaña" una novela entrañable y divertida.
bss
Yo estuve en octubre y solo pienso en volver.
qué maravilla Shakespeare & Co. Grandes recuerdos asociados a un viaje similar.
Me encanta la foto (y París, claro :-)
Menuda la subidita al Sagrado Corazón, ¿eh?
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