
El inspector de la policía de Ystad, Kurt Wallander, ese entrañable personaje del escritor sueco Henning Mankell, me tiene fascinada. Mucha gente me había recomendado esta saga de historias llenas de misterio, asesinatos, pistas falsas y frío. Me sumerjo en este mundo y puedo sentir el frío invierno sueco. Mankell consigue que me identifique con cada uno de sus personajes y, por supuesto, con Wallander. Esa persona solitaria, abandonado por su mujer, entregado a su trabajo. Cuando leo sin descanso cada uno de los libros, me entran ganas de tomar café a todas horas como él, me apetece resolver misteriosos asesinatos, pasarme las horas sin dormir tratando de despejar incógnitas, dobles sentidos.
Acabo de terminar “Los perros de Riga” y quiero viajar a la capital letona, en aquellos años en los que el país se hallaba en pleno proceso de democratización. Años grises, en los que todavía era difícil esquivar el dominio soviético.
Wallander debe resolver un doble asesinato, que le lleva a Riga y descubre un mundo totalmente distinto al que conocía: espionaje, corrupción, traiciones. El inspector se convierte en la única salvación para un grupo de oposición clandestina. Y descubrirá de nuevo el amor...
Ahora que ha llegado el invierno, no puedo pensar en algo mejor que sentarme en el sofá con una manta y seguir resolviendo crímenes.
Acabo de terminar “Los perros de Riga” y quiero viajar a la capital letona, en aquellos años en los que el país se hallaba en pleno proceso de democratización. Años grises, en los que todavía era difícil esquivar el dominio soviético.
Wallander debe resolver un doble asesinato, que le lleva a Riga y descubre un mundo totalmente distinto al que conocía: espionaje, corrupción, traiciones. El inspector se convierte en la única salvación para un grupo de oposición clandestina. Y descubrirá de nuevo el amor...
Ahora que ha llegado el invierno, no puedo pensar en algo mejor que sentarme en el sofá con una manta y seguir resolviendo crímenes.